jueves, 26 de abril de 2012

los comandos. Capítulo 2º Segunda oportunidad





Muy buenas tardes a todos. Esta es una buena tarde para retornar las hazañas y peripecias de esos hombres que tanto hicieron por el mundo. 
Los Comandos por fin se "re-estrenan" como Dios manda en su nueva aventura. Comencemos !!!


Dentro del proceso de organización de la Unidad llevado a cabo por el almirante Keyes, en noviembre de 1940 se constituyó la Brigada de Servicios Especiales, formada por dos mil hombres y organizada en comandos, numerados del 1 al 12. Los voluntarios fueron sometidos a un durísimo entrenamiento en las Highlands escocesas. Tras varios meses de adiestramiento, los hombres estaban deseosos de entrar en acción, pero los sucesivos aplazamientos acabaron minando la moral, extendiéndose entre los comandos un sentimiento de frustración.


Pero en febrero de 1941 llegaría el esperado momento de poner  en práctica las habilidades entrenadas una y otra vez en Escocia. Los comandos 3 y 4 participarían en el asalto a las islas Lofoten, situadas en la costa de noruega, cerca del Círculo Polar Artico. El objetivo de la incursión era destruir fábricas de aceite de pescado que habían allí instaladas. En estas fábricas, además de producir aceite de arenque y de bacalao, se procesaba gran parte de él para obtener glicerina, que se empleaba en la fabricación de explosivos alemanes. Además también se preparaban unas píldoras de vitaminas A y B que eran suministradas a las fuerzas armadas alemanas, la Whermacht. El objetivo era modesto, pero podía resultar un excelente banco de pruebas para afrontar empresas más ambiciosas y, en todo caso, siempre y cuando la operación fuera un éxito, iba a suponer un golpe psicológico a los alemanes además de una inyección de moral a los británicos.


Así la fuerza de asalto zarpó de la base naval escocesa de Scapa Flow en la medianoche del 1 de marzo de 1941. El convoy constaba de dos buques de transporte de tropas, con medio millar de comandos a bordo, y cinco destructores. El viaje fue largo y pesado; durante los tres días que duró la travesía los hombres sufrieron un frío intenso, imposible de atemperar a pesar de toda la ropa de abrigo que llevaban encima, y tuvieron que soportar mareos a causa del balanceo de los buques en las agitadas aguas del mar del Norte.
Los barcos alcanzaron su objetivo en la madrugada del 4 de marzo. Los comandos bajaron a las lanchas de desembarco y se dirigieron a las dos islas en donde se levantaban las fábricas de aceite de pescado. Aunque estaba todo en calma, los soldados británicos no las tenían todas consigo, pensando que podían ser objeto de una emboscada por parte de los alemanes.


La tensión iba en aumento conforme se acercaban más al muelle en el que tenían previsto desembarcar. Existía un temor entre los comandos a que esa tranquilidad fuera debida a que se estuvieran dirigiendo hacia una trampa urdida por los defensores germanos. Pero cuando los británicos llegaron al puerto se encontraron con una sorpresa que nadie había podido imaginar: cientos de noruegos se arremolinaban en el muelle para dar la bienvenida a los incursores. Ante la estupefacción de los comandos, los civiles les tendían la mano para ayudarles a salir a tierra.


Los británicos nunca hubieran soñado con disfrutar de un desembarco tan plácido. Mientras tanto, no había ni rastro de las tropas alemanas. Inexplicablemente, la guarnición germana de las Lofoten se limitaba a dos centenares de hombres de los que la mayoría eran marinos mercantes: todos ellos se entregarían sin combatir. La única resistencia al asalto la protagonizó un pesquero artillado alemán que, sin ser consciente de su inferioridad en esas circunstancias, intentó plantar cara él solo a cinco destructores; su gesto suicida le valió ser atacado y hundido en apenas unos minutos.


Los comandos británicos se apoderaron de la estación de telégrafos y de la central telefónica, mientras que el Cuerpo de Ingenieros iniciaba los trabajos de demolición de las dieciocho fábricas de pescado que habían en la zona, junto a unos grandes tanques de almacenamiento de fueloil. Así, comenzaron a retumbar las explosiones que iban convirtiendo en ruinas humeantes las plantas procesadoras de aceite y los depósitos de combustible. Con el desembarco de los británicos, los habitantes de las Lofoten vieron llegada su hora de tomarse la revancha por las humillaciones pasadas bajo la ocupación germana y se aprestaron a denunciar a los colaboracionistas.
En la operación hubo también lugar para el proverbial humor inglés. Antes de destruirla, a un teniente se le ocurrió enviar desde la estación de telégrafos acabada de capturar un telegrama con un destinatario singular: 
                 " Adolf Hitler, Berlín. En su último discurso dijo que las tropas alemanas saldrían al encuentro de los ingleses donde quiera que estas desembarcasen. ¿ Dónde están sus tropas ?"


Se desconoce si el telegrama llegó finalmente a su destinatario, pero es de suponer que, de haber sido así, con toda seguridad el führer tuvo que sufrir uno de sus irrefrenables ataques de cólera a los que era tan propenso cuando venían mal dadas. 
Poco después del mediodía, la misión se dio por concluida. Los soldados regresaron a sus botes; mientras las lanchas de desembarco se alejaban del puerto, los noruegos permanecerían en el muelle eufóricos cantando el himno nacional, a pesar de que los incursores acababan de destruir su principal fuente de sustento. Los barcos británicos regresarían con muchos más pasajeros que los que iban en el viaje de ida: a los comando había que sumar 216 prisioneros alemanes y 314 noruegos que se habían ofrecido voluntarios a luchar junto a los aliados. 


El asalto a Lofoten no pudo ser más exitoso. Todos los objetivos se habían cumplido y el único precio que se pagó fue el de un oficial herido en el muslo, al disparársele la pistola que llevaba en el bolsillo del pantalón ( creemos que es familia lejana de Froilán ). Curiosamente, el enemigo más encarnizado que se encontraron los británicos esa madrugada invernal en las Lofoten no fue la guarnición alemana, sino el frío glacial y entumecedor contra el que era inútil combatir a pesar de llevar encima varias capas de ropa de abrigo. De todos modos, los comandos regresaron felices y satisfechos a suelo británico.


Impresionados, nos hemos quedado impresionados mi buen amigo y reportero de guerra y ferias; António Castillo ( alias doble 00 ) y yo. António lleva ya un buen rato barajando lo que hicieron los ingleses en suelo Noruego contra las tropas del führer, y ha llegado a la conclusión de que: " En la defensa de la paz y del bien común, el mal menor es la destrucción de todos los recursos de una población, y el bien mayor es la liberación de los oprimidos ", ha dicho. Bien, antes las injusticias que se vienen viviendo por la precariedad laboral en la que llevamos inmersos los trabajadores de handling de Málaga, nos hemos decidido a atacar a la antigua usanza, tal y como lo hicieran los comando ingleses. Vamos a ir directamente al sabotaje !!!!. 


En cuestión de minutos hemos desmantelado las tres fuentes principales de riqueza del Aeropuerto de Málaga, el estanco, la cantina y los aparcamientos abusivos de Faena.
Cuando atacamos la cantina, los trabajadores salieron de allí gritando y llorando de felicidad al ser liberados por fin. Con el estanco tuvimos algún que otro problema, ya que la empleada de turno se encontraba haciendo sus necesidades dos plantas más abajo, con lo que la operación "Humus" se demoró, pero también fue un triunfo por parte nuestra. Tras prenderle fuego al estanco y  a la cantina nos fuimos al parking de empleados y lo echamos abajo. Ahora todos tenemos que aparcar en el parking del Decathlon de Guadalmar, eso sí, sin pagar !!!!


Esperamos la misma reacción que el pueblo noruego al ser liberado de sus opresores !!!, les podéis dar las gracias a mi hombre en punta que es el artífice de todo, António Castillo. 


Un fuerte abrazo a todos.


Jesús González





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