martes, 8 de octubre de 2013

Charles Hatfield. Fabricante de lluvias S.A



Muy buenas y otoñales tardes a todos.
La ciudad de San Diego atravesaba hacia 1915 la peor sequía de su historia. En su desesperación, las autoridades de la ciudad decidieron recurrir a los servicios de Charles Hatfield, un curioso personaje que se autodenominaba «pluvicultor» y que popularmente era conocido como «fabricante de lluvias». Hatfield gozaba de cierta celebridad por los resultados que decía obtener con su «acelerador de humedad», un producto químico de su invención con una fórmula que guardaba celosamente en secreto. El primer éxito documentado de Hatfield se remontaba a 1904. Un grupo de agricultores de Los Angeles leyó los anuncios que Hatfield publicaba en los diarios de la región y le ofreció 100$ si conseguía hacer llover en sus campos. En el mes de abril, Charles Hatfield y su hermano Paul treparon al monte Lowe, donde prepararon su producto especial en un par de toneles y lo dejaron evaporarse. Parece que finalmente llovió y su labor fue recompensada. 
Antes de presentarse en San Diego, su trabajo más resonante había sucedido en 1906 en Alaska, donde se comprometió a hacer llover por la suma de 10.000$. Luego de construir una torre de 70 metros de altura, colocó en su cima un depósito lleno de su acelerador de humedad y se dispuso a esperar lluvia. A pesar de que se formaron espesas nubes durante varios días, la lluvia no apareció. Tras un mes, la ciudad canceló el contrato con Hatfield y sólo le pagó 1100$ en concepto de gastos de desplazamiento. Poco tiempo después trascendió que los hechiceros de una tribu india local habían saboteado los esfuerzos de Hatfield para hacer llover y que los mismo indios ofrecieron traer la lluvia a un precio mucho menor.

Precedido por varias actuaciones de efectividad dudosa como las mencionadas, Hatfield llegó a San Diego, cuando la ansiedad popular arreciaba. Se organizaban colectas y campañas para obtener donaciones que permitieran pagar los 10.000$ exigidos por Hatfield, luego de una ardua negociación con las autoridades locales. Una vez cerrado el trato, Hatfield y su hermano construyeron una torre para que su reactivo milagroso estuviera lo más cerca posible de las nubes. Tal como hicieron en Alaska, colocaron sobre la torre su acelerador de humedad y esperaron pacientemente que lloviera sobre la ciudad. Pocos días después, comenzó a llover. Esta vez el problema no fue la escasez, sino el exceso. La cantidad de lluvia caída fue descomunal: la ciudad de San Diego se inundó por completo. Los ríos aumentaron su caudal hasta salirse del cauce y provocar inundaciones. Varios puentes fueron arrollados y miles de hectáreas terminaron anegadas. Lo peor sucedió cuando dos represas de la región rebalsaron y una tercera reventó por exceso de agua, lo que causó decenas de muertos y cuantiosos daños materiales.

Cuando Hatfield quiso cobrar la suma pactada, el Gobierno de la ciudad se negó a pagarle y le exigió una compensación millonaria por los daños ocasionados por el temporal. Hatfield afirmó que la ciudad no estaba preparada para semejante caudal de agua y que ello no era su culpa; él se había comprometido a hacer llover y había cumplido su palabra. Así que la causa fue a parar a los tribunales, en donde un juez decretó que la lluvia había sido «un acto de Dios» por lo que Hatfield no era responsable de la inundación de San Diego. Sien embargo, continuó insistiendo en cobrar su trabajo durante muchos años después, sin conseguirlo.

Un fuerte abrazo a todos 

Jesús González. 2013




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