martes, 12 de febrero de 2013

Beni se nos va. Que nos devuelvan a Celestino V

Muy buenas noches. En nuestra redacción de maspomada estamos desolados, nuestro Beni nos abandona, que va a ser ahora de nuestras almas pecaminosas !!!. Hay quien se atreve a decir que como es posible que un papa abandone cuando en la historia del papado solo lo han hecho tres ???, pues hay que tener muchos pantalones para hacerlo, pero que vamos que también pueden nombrar como próximo papa a su secretario ese que le robaba los papeles, o al cura de la Cala del Moral ( con vecino nuestro ), que alimenta nuestras almas repiqueteando las campanas cada cuarto de hora.

Bien amigos, la historia de los papas en la Iglesia es la hostia ( y nunca mejor dicho ), los ha habido buenos, muy buenos, malos, muy malos y hasta tres papas a la vez ( sí amigos, si, 3 ). Como la historia de la Iglesia está llena de impresentables, hoy quiero rendir homenaje a uno de los grandes, Celestino V, que también renunció a su cargo."Celes five" para los amigos.

Celes 5 desgraciadamente fue elegido a la fuerza y pasó a la historia como el papa del "gran rechazo". El día 5 de julio del año 1294 once cardenales ya no aguantaban más de un cónclave que ya duraba dos años por discrepancias internas, decidieron elegir como el papa número 192 de la Iglesia a un monje ermitaño de nombre Pietro. Lo hicieron a traición. Su elección fue cosa de chiste. Por aquellos años, hacía dos que la Iglesia no tenía papa, porque como primaban los intereses políticos y territoriales no había forma de llegar a un acuerdo para elegir a uno nuevo. El cónclave se reunía, se disolvía, se volvía a reunir, cambiaban los cardenales... un caos.
Cerca de L´Aquila hay un monte en el que vivía retirado un ermitaño piadoso y con fama de buena persona. Tenía 84 años y se llamaba Pietro Angeleri. Aquel 5 de julio, el cardenal Latino Malabranca se inventó que Cristo se le había aparecido y le había dicho que si no elegían ya un papa, un terrible castigo caería sobre el mundo. Y dijeron todos: "pues mira qué bien, ya tenemos excusa para elegir al primero que se nos ocurra". Y eligieron al ermitaño Pietro.
Así que, con la decisión irrevocable. días después una delegación de cardenales y clérigos se remangaron las faldas y allá que fueron, a escalar el monte para comunicar la noticia al eremita. Cuando llegaron ante Pietro, le preguntaron: "Aceptas ser el sucesor de Pedro, la Cabeza visible de la Iglesia, el Patriarca de Occidente y Obispo de Roma?". Se dice que Pietro se desmayó del susto, y cuando se recuperó intentó escapar, pero claro con ochenta y tantos años... poco puedo correr, total, que cuando lo agarraron le dijeron: "Ojo, que si te niegas, cometerás un pecado de horribles consecuencias": Así que al ermitaño no le quedó otra que decir: "Pues vale, pero conste que yo de esto no entiendo".
Cinco meses duró Pietro en el cargo como Celestino V, hasta que se percató de qué iba eso de ser papa. Hizo bien el hombre. Ya avisó que él solo entendía de austeridad, caridad y piedad.

Ahora aprovechando que la cosa va de papa´s, quiero hablar de uno bueno de verdad. Juan XXIII, más conocido como el "papa bueno"
Para Juan XXIII, el mundo real estaba más allá de los muros del Vaticano. Nunca antes de su muerte, aquel 3 de junio, el mundo católico comprendió el empeño que puso en su labor y las bases que sentó para que la Iglesia entrara en el siglo XX.
Juan XXIII tenía una especie de lema que dirigió todo su trabajo como cardenal, como diplomático y como papa: tiempos nuevos, nuevas necesidades, formas nuevas. Así que agarró los cimientos del Vaticano y los sacudió. Muchos obispos se cayeron de culo, y otros muchos guardaron equilibrio porque entendieron que la Iglesia católica continuaba por uvas mientras el mundo discurría por otros derroteros.
Juan XXIII fue el más revolucionario desde que la Iglesia se reunió en Trento para combatir al protesten de Lutero, porque en cuatro siglos la Iglesia apenas había avanzado.
Hasta que llegó Juan XXIII, el papa Roncalli dijo: "Debemos dedicarnos a servir al hombre, no a los católico, debemos defender sobre todo y en todas partes los derechos de la persona, no solo de la Iglesia".
Está asumido como dogma que el papa es infalible, y si hubiera que elegir una sola ocasión en la que esto ha sido cierto, fue con el pontificado de Juan XXIII. No se equivocó en nada. Quizás por eso, hoy, más de medio siglo después de su muerte, no ha pasado a categoría de beato. 
Su mayor milagro, ese que no quieren reconocer para ser santo, fue poner los pies en la tierra.

Su mayor revolución: el Concilio del Vaticano II.
El Vaticano era un hervidero de sotanas el 11 de octubre de 1963. Dos mil y pico arzobispos de todos los continentes, incluida la Antártida, asistieron a la sesión inaugural del Concilio Vaticano II, aquel que convocó el papa Juan XXIII antes mencionado, ante el pasmo general del mundo católico. Juan XXIII pretendía hacer examen de conciencia, dialogar con otras religiones. A más de un cardenal le dio un vaheo. 
Cuando Juan XXIII fue elegido, muchos altos jerarcas católicos no se lo tomaron muy en serio. Por eso, cuando a los tres meses de ocupar el papado, soltó, así como quien no quiere la cosa, que iba a convocar un concilio, el aire del Vaticano se podía cortar. Cómo era posible que el papa Juan XXIII se atreviera a hacer semejante cosa con lo anciano que era. Él, que solo fue elegido para hacer un papel de transición, que se suponía que iba a pasar por el papado sin pena ni gloria...¡Ay !, no lo conocían bien. Llegó para trabajar y no paró hasta que se murió. Parecía que era el único que se había percatado de que el mundo había cambiado: dos guerras mundiales, un holocausto judío, el islam cada vez más presente y los católicos cada vez más despistados. 
Otros muchos se habían dado cuenta de lo mismo, pero lo más cómodo era no cambiarlo. A Juan XXIII no le dio miedo tomar decisiones; al fin y al cabo era el que más mandaba y podía hacerlo. Quería acercar la Iglesia, abrir sus puertas para que entrara aire fresco y para dejar que los fieles miraran dentro.
Y otra novedad, por primera vez en toda la historia de los veinte concilios celebrados, no se convocaba otro para luchar en contra de nadie. Era un concilio para pensar. El de Letrán se reunió contra contra los papas enemigos; el de Trento, contra los protestantes; el Vaticano I contra los que defendían la razón por encima de la fe... Siempre contra algo o contra alguien. 
El concilio Vaticano II solo pretendía entender qué se estaba haciendo mal para hacer las cosas mejor. A lo mejor les va haciendo falta otro concilio. Incluido nuestros políticos...

Hemos querido rendir un pequeño homenaje a Juan XXIII y a Celestino V, que sí, fue uno de los pocos que pudo dejar su papado, tal y como va a hacer nuestro Benedicto XVI.


@maspomada
Jesús González








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